Cuántas veces me he pillado a mí misma quejándome porque la vida me había tratado mal. Daba igual por lo que fuera: una discusión con una amiga, otra relación de pareja fallida, un conflicto familiar, un comentario de alguien, etc… Antes lo hacía de manera inconsciente; no me daba cuenta para nada de que me estaba quejando y de que estaba en modo “pobrecita de mí”.
Y es que a veces parece que la vida nos coja manía, verdad? Y claro, después, si tienes un momento de toma de conciencia, piensas: oye, pues igual la vida tiene muchas cosas que hacer como para perder tiempo cebándose conmigo, no? Y empiezas a darte cuenta de que a lo mejor, en esos conflictos que tú ves por todas partes como si te persiguieran, tú también tienes alguna parte de responsabilidad. Pero claro, nos es más fácil, quejarnos, echar la culpa a otros, decirnos “con todo lo que yo he hecho…y así me lo paga”.
Para mí fue un regalo cuando empecé a practicar la pregunta: ¿qué parte de responsabilidad tengo yo en esta historia, en este conflicto, en esta situación? Y la empecé a practicar cada vez que vivía una situación que me dejaba incómoda, o sentía que algo me había molestado, o me sentía ofendida o no valorada, etc… Y entonces descubrí que siempre había una parte que era mi responsabilidad y empecé a dejar de mirar lo que hacían los demás para empezar a mirar lo que hacía (o no hacía) yo y cómo podía cambiarlo para sentirme mejor.
A veces se trataba de no haber dicho lo que realmente pensaba o quería y, entonces, me veía quejándome por tener que hacer cosas que no me apetecían, en realidad, pero que esperaba a que los demás me adivinaran, sin decir lo que realmente quería decir. Otras veces me daba cuenta de que evitaba el conflicto diciendo a todo que sí; pero claro, luego quería que me dijeran a todo que sí a mí (porque, en el fondo sentía, que me lo debían). Otras veces se trataba de no haber dicho “ahora mismo no puedo ayudarte, pero, si quieres, podemos quedar mañana y lo miramos”, y luego me quejaba de que siempre estaba atendiendo a unos y a otros y no tenía tiempo para hacer deporte o tiempo para mí.
Pregúntate qué parte de responsabilidad tienes en cada situación que vives (tanto las situaciones que te aportan bienestar como las que te aportan malestar, conflicto, malentendidos, etc). Pregúntate, honestamente, si podrías haber actuado de otra manera para sentirte en paz. Sólo practicando esta pregunta y tomando conciencia de las veces que te quejas, ya tendrás una parte del camino a tu nueva vida hecho. Como dice una amiga mía: “Mari, sí. A veces una tiene que estar p’adentro y dejar de quejarse.”